
El desconocimiento acerca del tema se refleja en cualquier playa o actividad al aire libre: la mayoría de los adultos usan anteojos de sol, pero la mayoría de los bebés y niños están completamente desprotegidos.
Debido a que tienen una cornea más transparente, los niños dejan entrar más luz ultravioleta (UV) que los ojos ya desarrollados de un adulto, y por lo tanto reciben un mayor daño provocado por la exposición al sol.
Además cabe considerar que los niños pasan más tiempo expuestos al sol. Se estima que de todos los rayos UV recibidos durante la vida de una persona, el 80% es recibida antes de alcanzar los 18 años. Dado que el daño en el ojo proveniente de la radiación UV es acumulativo y de daño permanente, es de extrema importancia proteger los ojos de los bebés y niños.
Por esto, para un bebé o niño, además de contar con bloqueador solar y un gorro, es muy importante contar con anteojos para protección UV.
Desde hace años, los expertos en la energética de la luz y los expertos en la vista han sabido lo dañinos que son los rayos UV. En general, a la luz UV se le define como parte de un espectro luminoso que consiste de UV-A (400-315nm), UV-B (315-280 nm) y UV-C (280-100 nm).
La sobreexposición solar se ha convertido en un problema de salud creciente en nuestras sociedades en los niños. Las quemaduras solares entre los niños son extremadamente frecuentes habiéndose reportado cifras de hasta cinco o más episodios por verano. Entre los factores que se mencionan como “facilitadores” de esta situación están: el tiempo pasado al aire libre, el uso escaso de filtros solares, los inapropiados factores de protección. Esto resulta de gran importancia si se piensa que una quemadura solar puede duplicar el riesgo de un niño de desarrollar melanoma.
Por eso, las actitudes de los padres resultan determinantes para la elaboración de cualquier estrategia de prevención del daño solar y el riesgo de cáncer de piel.